dimarts, 12 de novembre del 2013

Lliure mercat: trampa més que solució

Porto dies donant-li voltes a una idea que ja tenia clara, però que havia d’articular a partir d’un raonament coherent. A voltes de la maleïda crisi que ens ha envaït, apoderant-se de les nostres vides, invalidant el present i condicionant el futur, calia trobar un fill conductor que ens portés des de l’origen del terratrèmol fins el moment caòtic actual.
Podríem coincidir en què la crisi ha estat originada per la cobdícia desmesurada d’un capitalisme especulatiu que, acollint-se a un model neoliberal de mercat desregulat i salvatge, crea i alimenta diferents bombolles financeres amb la finalitat d’arribar al més gran benefici de la manera més ràpida possible. Fins aquí res de nou, és la màxima del capital, que utilitza els mercats per a expandir els seus beneficis. Els elements diferenciadors en aquests moments –que han servit per a multiplicar els seus efectes- han estat la desregulació, la globalització i les noves tecnologies. Tot un còctel explosiu que ha jugat a favor d’una especulació globalitzada (sense fronteres físiques de contenció), volàtil (amb una gran mobilitat, per la irrupció de les noves tecnologies) i sense control (per la manca de regulació específica).
En aquest punt, quan la crisi entra en escena, el capital, lluny de rectificar i potenciar una economia productiva més regulada i continguda, que donés impuls a un creixement sostingut i una redistribució dels beneficis més equilibrat, fa la fugida irracional de l’ase. No rectifica, ans al contrari. Insisteix en les seves tesis.
El capital sempre s’ha cregut en possessió de la legítima veritat, sempre ha pensat (per propi interès, lògicament) que els mercats, i no els estats (organització col·lectiva de la ciutadania), són els únics que poden conduir l’economia d’un país. És qüestió, com sempre han defensat, de deixar el mercat que marqui les seves pròpies regles. Sempre han defensat que el “mercat” és un sistema que tendeix, per si mateix, a un equilibri perfecte. I per a què aquesta premissa s’assoleixi, el capital imposa el compliment de tres principis, que aferrissadament defensa: la desregulació del mercat, per a què aquest, lliure de qualsevol encotillament, marqui les seves pròpies regles del joc; la privatització dels serveis, com a instrument per a incorporar-los al mercat i regir-los per les mateixes regles, allunyant-los així de la influència de l’estat; i les retallades de les inversions en serveis públics, com a conseqüència del paper secundari que li atribueix a l’estat i del protagonisme que concedeix al mercat en l’oferta de qualsevol tipus de servei.
Els dogmàtics del capital –representats actualment per la corrent neoliberal imperant a nivell planetari- continuen defensant a capa i espasa la llibertat més absoluta del mercat. El “lliure mercat”, segons la seva doctrina, és l’única solució. I obcecats per un fanatisme econòmic que només acaba donant respostes i beneficis a una classe privilegiada, continuen pitjant l’accelerador.
Quin és l’anàlisi que en fan en resposta al fracàs absolut de la seva política econòmica? Fàcil: no s’estan aplicant com cal les regles del “lliure mercat”. Pensen, doncs, que cal aprofundir en els seus principis, que sens dubte s’estan imposant d’una manera laxa. Creuen que cal insistir –i potenciar fins on calgui- en les regles d’or del neoliberalisme ortodox: més desregulació, més privatització i més retallades. I, segons el seu criteri, cal arribar a una situació (límit) on el mercat aconsegueixi estabilitzar-se.
I al final d’una lluita injusta i desigual imposada pel poder del capital, lògicament, el “mercat” s’equilibrarà, convertint les condicions de l’actual crisi en el nou estatus quo. La crisi, si és que ho era en un principi, s’acaba convertint en un gran frau que ha arribat per a quedar-se.
Les forces neoliberals, defensores del ranci poder del capital, ens voldran fer creure que hem viscut per damunt de les nostre possibilitats individuals i col·lectives. Que la responsabilitat de la fallida del pervers sistema que ens han organitzat és de tots. Que hem d’assumir la part que a cadascú ens toqui, renunciant als febles avenços conquerits en els darrers decennis.
I tot per a alimentar la pervivència i garantir el futur d’una casta que només defensa els seus privilegis...


dilluns, 4 de novembre del 2013

UNA OFENSA INNECESARIA

Me cansa, me aburre y me ofende, como socialista, como catalán y como ciudadano de este territorio múltiple que algunos llamamos Estado, otros catalogan como nación, e incluso algunos definen como patria, las gratuitas declaraciones de nuestro estimado amigo Alfonso (¿o hay que llamarle Guerra?).
Me ofende extremadamente de que alguien (ni que sea Alfonso/Guerra) pueda dudar de que otros puedan ser –o sentirse- catalanes y socialistas. De la misma manera, pienso yo, que cualquiera pueda sentirse español, francés o sueco, y no por ello dejar de ser socialista. ¿O acaso “algún” socialismo tiene patente de corso y se es más o menos, en función de la nación a la que uno se adscribe?
Siempre he pensado que la identificación con un determinado territorio no condiciona la ideología de una persona. Ni mucho menos. Ni tan siquiera la identificación llevada a un punto más extremo (lo que suele llamarse nacionalismo) es característico de una ideología concreta. ¿O no hay nacionalistas de uno u otro territorio que se adscriban a determinada ideología o a su contraria?
Pongamos algún ejemplo. ¿Es más o menos nacionalista aquel que defiende la nación española, la alemana, la inglesa, o –dado el caso- la catalana, la gallega o la andaluza? ¿Quizá para ostentar esta categoría, el territorio al que se adscribe la nacionalidad deba tener determinadas dimensiones? Quizá la paradoja esté en no reconocerle nacionalidad a determinados territorios, pero entonces, ¿por qué darle categoría de nacionalista a alguien que defiende un territorio, si no le damos al territorio tal categoría?
 Y siguiendo con los ejemplos, ¿desde cuándo el nacionalismo responde a una ideología concreta? Yo –al igual que muchos más- conozco o reconozco a acérrimos nacionalistas ideológicamente situados muy  a la derecha. O, ¿dónde deberíamos colocar a una extrema y rancia derecha que está –que sigue- defendiendo una determinada nación española (por ejemplo)? O, en el otro extremo, ¿no es cierto que desde postulados radicales de la izquierda algunos movimientos han defendido, y siguen defendiendo, territorios muy concretos? ¿No es irrefutable que la derecha y la izquierda comparten postulados identitarios a la hora de defender el territorio con el que se identifican, sea éste de la extensión que sea? ¿Porqué pues identificar la defensa de un territorio con la ideología (derecha o izquierda) en función de los intereses de cada cual?
Otra cosa muy distinta sería priorizar las ideas a la identidad nacional, o viceversa. Pero ésa es otra cuestión…y otra discusión.
¿A qué viene, pues, la sandez manifestación de que el PSC no es socialista porque está defendiendo los postulados del nacionalismo catalán (cosa absolutamente falsa)? ¿Qué decir, con estos mismos argumentos, de los socialistas que defienden otro tipo de nacionalidad, y por tanto de nacionalismo? ¿Ésos, o algunos de ellos, están legitimados para defender su identidad, e incluso para deslegitimar la de los otros? Y mientras tanto los otros no pueden, siquiera, discrepar de los unos.
Es, sencillamente, un cansino sinsentido que empieza a cansar, a aburrir, y, lo más grave, a ofender (y mucho), viniendo de quien viene.
Tan difícil no ha de ser (para una persona progresista, abierta y tolerante) la aceptación y el reconocimiento de la diversidad. El respeto a la diferencia es la clave y  la base de la convivencia.
Si somos capaces de asumir que en nuestra propia familia (enraizada por verdaderos nódulos genéticos) existe la diversidad; si asumimos que nuestros vecinos (con los que convivimos armoniosamente) son diversos; si aceptamos que los pueblos (históricos núcleos de convivencia) son plurales; si reconocemos la diversidad de las partes que conforman cualquier todo, ¿cómo negar el reconocimiento de la pluralidad a los territorios que componen un país (se le llame a éste como se quiera)?
Y defender la pluralidad no es sinónimo de apuntarse a un nacionalismo mal entendido, y mucho menos de haber renunciado a los principios del socialismo democrático.
Seguramente algunos de los que tanto critican el nacionalismo de los otros (y no soy yo quien los defienda, estando al pairo de cualquiera de ellos), deberían mirarse al espejo y, en un acto de sinceridad, definir lo que están viendo. Si fuesen tan sinceros como vehementes, quedarían sorprendidos. 

divendres, 1 de març del 2013

UNA REFLEXIÓN PARA COMPARTIR



Hagamos una reflexión en voz alta. En situaciones de compleja dificultad no conviene actuar con precipitación, aunque ésta sea en aras de intentar una respuesta rápida a los problemas que nos abordan, dejándonos casi sin aliento.
La precipitación no es buena aliada para respuestas razonadas y sensatas, como las que estamos necesitando en estos momentos. Eso por una parte.
Pero por otra, tampoco podemos quedarnos anquilosados ante el riesgo imprevisible que pueda suponer asumir ciertos cambios que son del todo necesarios, y que está pidiendo –desde diferentes ámbitos y con diversos formatos- una ciudadanía perpleja ante la inanición de los partidos políticos para ofrecer respuestas alternativas a la crítica situación de caos institucional y sistémico en que estamos inmersos.
Y en una parte de esa reflexión en voz alta, en esta ocasión, quisiera centrarme en el desencuentro que hemos vivenciado estos días entre el PSOE y el PSC. Algunos aún se están frotando las manos pensado en aquello de “a mar revuelta ganancia de pescadores”. Piensan, y no sin visos de realidad, que si el socialismo español y catalán (suponiendo que fuesen cosas diferentes, pero que yo no lo creo) acaban rompiendo sus relaciones, la derecha de este país –llámese Catalunya o España- tendrá más garantizados sus gobiernos a casi perpetuidad. Sin duda una ruptura no deseada en el socialismo del estado acabaría beneficiando los intereses electorales de la derecha. Eso a nadie se le escapa, ni siquiera a algunos esperpentos del PP, que ya están utilizando de manera farfullera las desavenencias entre el PSOE y el PSC para intentar desviar la atención del mayor escándalo que hayamos conocido hasta estos momentos, asociado a las corrupciones, evasiones, fraudes y extorsiones de su ex gerente y ex tesorero (con una dedicación total de casi tres décadas).
Pero volvamos a la reflexión inicial y la discrepancia entre el PSOE y el PSC en torno al derecho a decidir, en este caso planteado en el Congreso de los Diputados por una mayoría importante de representantes del pueblo de Catalunya (aprox. 77%).
Partamos, desde un punto de vista de doctrina, valores e ideario socialista en relación a la organización territorial, del convencimiento que la mejor manera de convivencia de los territorios (llamémosles regiones, autonomías, países, naciones, o lo que cada cual prefiera), se basa en el respeto mutuo, el reconocimiento de las partes, la defensa de la solidaridad y la potenciación de las capacidades colectivas. Esto, dicho en pocas y cortas palabras, formaría el núcleo troncal de los principios de un estado federal. Otra característica de los estados federales, dentro del reconocimiento de sus territorios federados, es –como no podría ser de otra forma sin faltar a los principios mismos del federalismo- la aceptación de la diversidad y pluralidad de los pueblos que conforman los territorios en el seno de ese estado común.
Llegados a este punto también podríamos convenir que los propios partidos políticos que defienden (la organización de) un estado federal, por convicción, por tradición y por principios programáticos, se definen como organizaciones políticas federadas. Es decir, en su funcionamiento interno se asume el modelo federativo como modelo de organización (y, lógicamente, lo que esto debe significar a nivel orgánico y funcional del partido). Una objeción al respecto: el PSC, todo y ser un partido soberano (inscrito autónomamente en el registro de partidos), ha actuado a nivel estatal como una pseudo federación más del PSOE.
Pues bien, llegados a este punto de la reflexión parece que no debería extrañarnos, si fuésemos coherentes con los principios que defendemos, que uno (el que sea) de los territorios de ese estado federal al que aspiramos, quiera plantear la potestad de que sus ciudadanos puedan decidir sobre su futuro. Bien es cierto que el plantear la segregación de un territorio iría en contra de los principios de la propia federación (que no admite la separación unilateral). Pero no es ése el planteamiento del PSC. El PSC quiere plantear una nueva relación con el estado, en un marco diferente del que estamos en estos momentos (y al que hemos llegado después de una etapa de transición de treinta y cinco años que debe, por evolución del propio sistema, repensar el modelo actual). ¿Y de qué manera más democrática se puede avanzar hacia esa nueva configuración territorial y de regeneración y actualización de nuestras instituciones que consultando a los/las ciudadanos/as? Simplemente es eso lo que se pretende desde el PSC, que el pueblo de Catalunya se defina sobre su fututo. Y para ese proceso, incluso, demanda el diálogo con el estado.
Bien es verdad que en este proceso de decisión algunos estarán planteando la ruptura con el resto del estado, al igual que otros están apostando (sin ni siquiera consulta) por la recentralización de competencias, servicios y recursos, en una erosión sistemática del sistema de las autonomías y la vuelta a un pasado que ya quisiéramos tener olvidado (aunque no podemos). Pero podría parecer que esta vuelta al pasado encubierta no genera los mismos aspavientos que la aspiración legítima al derecho a decidir.
Y el derecho legítimo a decidir no excluye a nadie. Quiere esto decir que otros territorios también pueden manifestar su deseo de relación con el estado, y definir qué modelo y qué mejoras quisieran introducir. Los que aspiren a un modelo federal podrán compartir con los socialistas inquietudes de futuro. El resto tendrá que buscarse otras alianzas.
El reusar en estos momentos el debate del modelo territorial, la regeneración de las instituciones, el impulso democrático y la superación de la crisis económica y financiera es como tener la mirada fija en la pared, cuando el peligro nos acecha en el cogote.
El PSOE y el PSC, el PSC y el PSOE, tienen la responsabilidad de seguir avanzando juntos para garantizar el progreso del país (de España y Catalunya, de Catalunya y España). Ambos han sido piezas claves en el pasado inmediato y deben ser la garantía de futuro. Difícilmente hubiésemos llegado al punto que nos encontramos si no hubiese sido por la implicación decidida (entre otras muchas) del socialismo español y catalán. A pesar de las dificultades y de algunos desencuentros, a pesar incluso de alguna discrepancia, PSOE y PSC deben decidir seguir compartiendo un modelo de futuro. Si no es así, por una parte, el modelo de Estado Federal al que aspiramos no será posible; por otro lado, Catalunya puede iniciar un camino de difícil retorno.