Hagamos una reflexión en voz alta. En situaciones de compleja dificultad no
conviene actuar con precipitación, aunque ésta sea en aras de intentar una
respuesta rápida a los problemas que nos abordan, dejándonos casi sin aliento.
La precipitación no es buena aliada para respuestas razonadas y sensatas,
como las que estamos necesitando en estos momentos. Eso por una parte.
Pero por otra, tampoco podemos quedarnos anquilosados ante el riesgo imprevisible
que pueda suponer asumir ciertos cambios que son del todo necesarios, y que
está pidiendo –desde diferentes ámbitos y con diversos formatos- una ciudadanía
perpleja ante la inanición de los partidos políticos para ofrecer respuestas
alternativas a la crítica situación de caos institucional y sistémico en que
estamos inmersos.
Y en una parte de esa reflexión en voz alta, en esta ocasión, quisiera
centrarme en el desencuentro que hemos vivenciado estos días entre el PSOE y el
PSC. Algunos aún se están frotando las manos pensado en aquello de “a mar
revuelta ganancia de pescadores”. Piensan, y no sin visos de realidad, que si
el socialismo español y catalán (suponiendo que fuesen cosas diferentes, pero
que yo no lo creo) acaban rompiendo sus relaciones, la derecha de este país
–llámese Catalunya o España- tendrá más garantizados sus gobiernos a casi
perpetuidad. Sin duda una ruptura no deseada en el socialismo del estado
acabaría beneficiando los intereses electorales de la derecha. Eso a nadie se
le escapa, ni siquiera a algunos esperpentos del PP, que ya están utilizando de
manera farfullera las desavenencias entre el PSOE y el PSC para intentar
desviar la atención del mayor escándalo que hayamos conocido hasta estos
momentos, asociado a las corrupciones, evasiones, fraudes y extorsiones de su
ex gerente y ex tesorero (con una dedicación total de casi tres décadas).
Pero volvamos a la reflexión inicial y la discrepancia entre el PSOE y el
PSC en torno al derecho a decidir, en este caso planteado en el Congreso de los
Diputados por una mayoría importante de representantes del pueblo de Catalunya
(aprox. 77%).
Partamos, desde un punto de vista de doctrina, valores e ideario socialista
en relación a la organización territorial, del convencimiento que la mejor
manera de convivencia de los territorios (llamémosles regiones, autonomías,
países, naciones, o lo que cada cual prefiera), se basa en el respeto mutuo, el
reconocimiento de las partes, la defensa de la solidaridad y la potenciación de
las capacidades colectivas. Esto, dicho en pocas y cortas palabras, formaría el
núcleo troncal de los principios de un estado federal. Otra característica de
los estados federales, dentro del reconocimiento de sus territorios federados,
es –como no podría ser de otra forma sin faltar a los principios mismos del
federalismo- la aceptación de la diversidad y pluralidad de los pueblos que
conforman los territorios en el seno de ese estado común.
Llegados a este punto también podríamos convenir que los propios partidos
políticos que defienden (la organización de) un estado federal, por convicción,
por tradición y por principios programáticos, se definen como organizaciones
políticas federadas. Es decir, en su funcionamiento interno se asume el modelo
federativo como modelo de organización (y, lógicamente, lo que esto debe
significar a nivel orgánico y funcional del partido). Una objeción al respecto:
el PSC, todo y ser un partido soberano (inscrito autónomamente en el registro
de partidos), ha actuado a nivel estatal como una pseudo federación más del
PSOE.
Pues bien, llegados a este punto de la reflexión parece que no debería
extrañarnos, si fuésemos coherentes con los principios que defendemos, que uno
(el que sea) de los territorios de ese estado federal al que aspiramos, quiera
plantear la potestad de que sus ciudadanos puedan decidir sobre su futuro. Bien
es cierto que el plantear la segregación de un territorio iría en contra de los
principios de la propia federación (que no admite la separación unilateral).
Pero no es ése el planteamiento del PSC. El PSC quiere plantear una nueva
relación con el estado, en un marco diferente del que estamos en estos momentos
(y al que hemos llegado después de una etapa de transición de treinta y cinco
años que debe, por evolución del propio sistema, repensar el modelo actual). ¿Y
de qué manera más democrática se puede avanzar hacia esa nueva configuración
territorial y de regeneración y actualización de nuestras instituciones que
consultando a los/las ciudadanos/as? Simplemente es eso lo que se pretende
desde el PSC, que el pueblo de Catalunya se defina sobre su fututo. Y para ese
proceso, incluso, demanda el diálogo con el estado.
Bien es verdad que en este proceso de decisión algunos estarán planteando
la ruptura con el resto del estado, al igual que otros están apostando (sin ni
siquiera consulta) por la recentralización de competencias, servicios y recursos,
en una erosión sistemática del sistema de las autonomías y la vuelta a un
pasado que ya quisiéramos tener olvidado (aunque no podemos). Pero podría
parecer que esta vuelta al pasado encubierta no genera los mismos aspavientos
que la aspiración legítima al derecho a decidir.
Y el derecho legítimo a decidir no excluye a nadie. Quiere esto decir que
otros territorios también pueden manifestar su deseo de relación con el estado,
y definir qué modelo y qué mejoras quisieran introducir. Los que aspiren a un
modelo federal podrán compartir con los socialistas inquietudes de futuro. El
resto tendrá que buscarse otras alianzas.
El reusar en estos momentos el debate del modelo territorial, la
regeneración de las instituciones, el impulso democrático y la superación de la
crisis económica y financiera es como tener la mirada fija en la pared, cuando
el peligro nos acecha en el cogote.
El PSOE y el PSC, el PSC y el PSOE, tienen la responsabilidad de seguir
avanzando juntos para garantizar el progreso del país (de España y Catalunya,
de Catalunya y España). Ambos han sido piezas claves en el pasado inmediato y
deben ser la garantía de futuro. Difícilmente hubiésemos llegado al punto que
nos encontramos si no hubiese sido por la implicación decidida (entre otras
muchas) del socialismo español y catalán. A pesar de las dificultades y de
algunos desencuentros, a pesar incluso de alguna discrepancia, PSOE y PSC deben decidir seguir compartiendo un
modelo de futuro. Si no es así, por una parte, el modelo de Estado Federal al
que aspiramos no será posible; por otro lado, Catalunya puede iniciar un camino
de difícil retorno.
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